La violencia
vial envuelve a víctimas y victimarios en una tragedia que además de ser
evitable, en la abrumadora mayoría de los casos, enfrenta a personas que
podrían compartir o comparten muchos otros espacios de sociabilidad. En la
jerga judicial se dice que el delito vial es un delito de “caballeros” (sic),
de “gente honrada”. En efecto la idea que predomina todavía en nuestro país y
que naturaliza la violencia vial, es justamente ésta, si se trata de “gente
como uno” dicen los jueces, ¿por qué condenarlos con penas de cumplimiento
efectivo, si no son personas asesinas?. Con este paradigma funciona el grueso
de la justicia vial en la Argentina. Muy distinta es la mirada que han
construido no sin esfuerzo y perseverancia los jueces y fiscales españoles. Dime
cómo conduces y te diré cómo eres, advierte un refrán, que ahora es de uso
común en España, país que hoy está a la vanguardia en materia de seguridad
vial.
Y aquí está el quid. Si se trata de disolver culpas en la larga cadena de responsabilidades que todo homicidio culposo acredita, se alienta la ley del más fuerte en todo sentido. Si en cambio se trata de controlar y sancionar con eficacia, a quién usa la vía pública como un depredador, habrá paz y no sangre en la vía pública. En el primer caso, nunca habrá sistema preventivo, ni educativo, que alcance, en el segundo, la prevención y educación vial fortalecerán el círculo virtuoso de la seguridad vial que garantiza la convivencia en la calle.
¿Tiene voluntad
de control y sanción la CNRT?, ¿Tiene voluntad de control TBA?, ¿Tiene la UTA
voluntad de garantizar los derechos de sus representados? ¿Algunas de estas
tres instituciones se ocupa realmente de la seguridad vial?
Las preguntas
duelen y no se agotan, tampoco se agotan las lágrimas que lloran a nuestras
víctimas viales.
Este artículo apareció en Revista Veintitres
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