Viviendo en la
Nueva York de la Visión Cero*
*Virginia Fineberg
A primera vista, y sobre todo cuando se visita como turista, Nueva York presenta una contradicción que salta a la vista: el ritmo frenético de la ciudad parece inversamente proporcional a la cadencia mesurada del tránsito y al respeto del automovilista hacia el peatón. Pero esa realidad tiene infinitos matices.
Cada día, conductores, ciclistas y
peatones conviven en las ajetreadas calles de Nueva York. En una ciudad de 8,3
millones de personas que comparten un espacio limitado, la infraestructura vial
de la ciudad es esencial para que tanto los neoyorquinos como los turistas
(54,3 millones en 2013)[1] puedan desplazarse a la
escuela o al trabajo, hacer trámites, visitar las atracciones de la ciudad y llevar
a cabo muchas otras actividades.
Por ser una de las ciudades más
cosmopolitas del planeta, en Manhattan coexisten 130 nacionalidades. Y en los
empleos menos calificados, como es el de chofer de taxi o conductor de
vehículos utilitarios, predominan los asiáticos, latinos, caribeños, chinos,
indios y ucranianos. A título de ejemplo, 51.398 hombres y mujeres (cifras de
marzo de 2014)[2] poseen
un permiso profesional para conducir taxis y son titulares del codiciado
“medallón” que les autoriza a hacerlo. Este importante número, al que se suman
los taxis verdes (que pueden llevar pasajeros a las demás comunas de la ciudad,
Staten Island, Long Island, Queens y el Bronx) hace que resulte bastante fácil
encontrar un taxi libre en la ciudad.
Capítulo aparte son las nuevas
compañías como Uber, que están bajo la mira de las autoridades municipales
porque ni sus vehículos ni sus conductores poseen medallones habilitantes y ha
habido ya múltiples casos de abuso.
El problema se plantea cuando se
considera que una mayoría abrumadora de conductores profesionales de vehículos
de todo tipo pertenecen a esas y otras nacionalidades y han aprendido a
conducir en sus países de origen, lo que dificulta considerablemente lograr un
respeto universal del código de la ruta vigente en el estado de Nueva York.
A ello se añade el que el permiso de
conducir es el único documento de identidad existente en los Estados Unidos, lo
que da a esa pieza un valor muy superior al mero hecho de conducir y hay en
circulación decenas de miles de permisos fraudulentos. Aunque el Department of
Motor Vehicles (DMV) y los sindicatos de taxis verifican la validez de los
permisos que se les presentan, no sucede lo mismo con una infinidad de empresas
de fletes, que contratan sin comprobar si sus conductores poseen realmente un
permiso válido.
De hecho, una experiencia interesante
para todo extranjero radicado en los Estados Unidos es ir al Department of Motor
Vehicles para pasar el examen teórico del permiso de conducir. Mientras que esa
parte del proceso está centralizada las pruebas de conducción pueden hacerse en
la comuna correspondiente. El examen puede rendirse en 13 idiomas, gracias a un
sistema de opciones múltiples que permite completar una hoja que será corregida
por una máquina. Eso, de por sí, da la pauta de la inmensa diversidad de
conductores –y de estilos de conducir- que hay en la ciudad.
Quizá ese aspecto, y el número
relativamente elevado de choques mortales y personas atropelladas en la vía
pública en la ciudad de Nueva York, hayan sido algunas de las razones que
llevaron al Alcalde Bill De Blasio a lanzar, en 2014, su Plan Vision Zero, con el objetivo explícito
de reducir a cero el número de peatones y ciclistas heridos y muertos en hechos
viales en la ciudad.
Las estadísticas, pasado un año del
lanzamiento de Vision Zero, nos dicen
lo siguiente: En 2014, hubo en Nueva York casi
55,000 personas heridas y 286 muertos en hechos viales, casi tantos como las
víctimas de armas de fuego (333). La mayoría de ellas (176) eran
peatones, en su mayoría niños y personas de edad avanzada.[3]
Al 31/08/2015,
según cifras provisionales de NYCVZV[4] 161 personas
fueron atropelladas y murieron como consecuencia de ello en los cinco distritos
que componen Nueva York. Ello marca una importante disminución con respecto al
año anterior[5],
lo que puede atribuirse no sólo a las medidas establecidas por Vision Zero, sino también a una vasta campaña
de sensibilización, en forma de carteles y avisos televisivos, llevada a cabo
por las autoridades.
Pero, más allá de
las cifras, cabe preguntarse las razones por las que en una ciudad tan
cosmopolita y dinámica hay relativamente pocas muertes de tránsito, aunque como
bien dijo el ex Alcalde Michael Bloomberg, “una sola persona es ya demasiado”.
En líneas
generales, el norteamericano procede de una cultura de responsabilidad
individual y conciencia de la importancia de una buena convivencia ciudadana.
El hecho de que una gran mayoría de los conductores responsables de accidentes
graves de peatones y ciclistas en Nueva York sean extranjeros tendería a
confirmar que el automovilista tipo procura aplicar dichas reglas y no conduce
con violencia.
Otro factor que
disminuye el número de hechos viales es la disciplina que se observa entre los
peatones. Desde pequeños, los norteamericanos aprenden a respetar el semáforo y
a cruzar únicamente con luz verde para ellos. Estos hábitos de civilidad, que
la población conserva y aplica en su mayoría a lo largo de la vida, contribuyen
a reducir las probabilidades de ser arrollado por un vehículo.
El problema lo
plantea el conductor que conduce bajo la influencia de drogas o de alcohol y
que, aunque constituya un porcentaje ínfimo del total, es el que provoca hechos
de tránsito graves como los que, a pesar de todo, siguen produciéndose en la
ciudad.
Otro problema es que
muchas personas de edad continúan conduciendo. Por ser un país en el que
predominan ciudades pequeñas rodeadas de grandes suburbios, el uso del
automóvil es indispensable para la autonomía y el funcionamiento cotidianos. Ello
hace que personas de hasta más de 90 años sigan conduciendo, aun cuando es
evidente que ya no están en condiciones de hacerlo. Ninguna disposición obliga a
los ancianos, como sucede en Europa, a pasar un examen anual para verificar que
conservan la aptitud necesaria para conducir.
Un tercer problema
que está cobrando proporciones alarmantes es el número de personas, lamentablemente
en general jóvenes, que manejan mientras hablan por teléfono, envían y reciben mensajes
de texto y consultan sus cuentas de Twitter y Facebook. Una proporción cada vez
mayor de choques y atropellamientos se debe al comportamiento irresponsable del
conductor, distraído y a veces perturbado emocionalmente –con la consiguiente
disminución de la atención activa y latente, necesarias para conducir de manera
responsable- por el mensaje recibido o la conversación que está manteniendo.
En cambio, resulta
interesante también que, en un país en el que la violencia provocada por las
armas de fuego está adquiriendo proporciones epidémicas, a la hora de conducir
primen la mesura y la consideración por el peatón.
Tampoco se da en
los Estados Unidos un fenómeno bastante común en el Reino Unido, el del
“roadrage”, es decir, la furia del conductor. No es excepcional que un
conductor, presa de un ataque de furia incontrolable en un gran atasco de
tránsito o al ser molestado por otro conductor que se le cruza súbitamente, se
baje del automóvil y hiera o incluso mate al perturbador.
En todo caso, no se
observa en Nueva York y aún menos en el resto de los Estados Unidos el tipo de
violencia vial sistemática que todavía se observa en América Latina. La región registra
todavía más de 130.000 muertos por año y 6 millones de
heridos anuales, víctimas de atropellamientos y choques.
Virginia Fineberg
Nueva York, 15/10/2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario