Estamos agradecidos y a la vez estremecidos porque la violencia vial golpea también en los ríos del Delta. Y como dice Ossona forma parte de un profundo problema cultural.
NO OLVIDAMOS A TAMARA SUETTA, VÍCTIMA DE UN CONDUCTOR TEMERARIO QUE PILOTEABA A GRAN VELOCIDAD Y CHOCÓ SU LANCHA Y LA MATÓ. TAMARA TENÍA 25 AÑOS.
Aquí va :
El descontrol en
los ríos del Delta: un problema cultural profundo
Jorge Ossona
Historiador. CPA
Suele decirse
que Buenos Aires vive a espaldas del majestuoso Rio de la Plata. Tanto, como respecto
de su Delta del Paraná; una de las maravillas naturales a escala planetaria y
un pulmón eclógico invalorable para la ciudad y su conurbano norte.
La historia de
nuestro Delta bonaerense constituye una aventura rica en viscitudes escasamente
historiada. Reducto de descanso y distracción deportiva de las clases altas, se
abrió a las clases medias populares a partir de los años 40 merced a la
diseminación de recreos, hosterías y líneas de lanchas colectivas. Simultáneamente,
las grandes quintas primigenias fueron loteadas en terrenos en donde esforzados
inmigrantes europeos nostálgicos de algunos paisajes de su tierra edificaron
viviendas de calidad variable reconocidas como “islas”.
Hasta fines de
los 60, el Delta fue también un vergel productivo de frutas, maderas y mimbres.
Una conjunción de accidentes climáticos y promociones regionales discrecionales
fue desde entones desvaneciéndolo y acentuando su perfil primordialmente
turístico. Hoy por hoy, solo provee madera no siempre explotada de acuerdo a
las mejores prácticas de preservación y reproducción pues abundan las bandas de
piratas depredadores organizados al calor cómplice de regiones de las
burocracias comunales.
El Delta
contiene una humanidad local tan densa y heterogénea como sacrificada en su
lucha cotidiana contra vientos, lluvias y mareas. Un estilo de vida cuyos
rigores fueron bien ilustrados por la memorable película “Los Isleros”
protagonizada por Tita Merello y Arturo Garcia Buhr en los 50. Los ciclos
económicos diabólicos de nuestra historia reciente han motivado un proceso de
irrefrenable emigración; sobre todo de jóvenes. No obstante, hasta hace poco turistas
e isleños convivieron armoniosamente solidarizados por el descanso al aire
libre de unos y las necesidades de subsistencia de los otros.
Pero la decadencia cultural que afecta a amplios sectores
de nuestra sociedad durante las últimas décadas ha impactado con particular
intensidad esa convivencia. Desde aproximadamente los 90, y merced a la
retardada extensión de servicios públicos como la red eléctrica y de telefonía en
sus zonas más alejadas, irrumpió un segmento “snob” de nuevos ricos investidos
de hábitos bien distintos a los de las generaciones anteriores.
Introdujeron en
la isla la cultura del “reviente” consistente en las grandes fiestas los fines
de semana con música a altos volúmenes debidamente regadas por un consumo
generoso de alcohol y de drogas de diversa índole. Impúdica e impunemente,
suelen exhibir sus proezas acuáticas, a veces rayanas en la obscenidad, por las
redes sociales. Los conflictos con estos nuevos parvenus han motivado también
la emigración de miles de vecinos antiguos hartos de conflictos y litigios que han
desnaturalizado al Tigre como zona de descanso, disfrute familiar y
desalienación.
Como no podía
ser de otra manera, esta torsión se reproduce ampliadamente en el transito fluvial.
El descontrol se expresa bajo la forma de la ignorancia más supina de los códigos de navegación como las
velocidades moderadas en ríos de alta circulación comercial y arroyos de
dimensiones estrechas.
Las señas
corporales solicitando la disminución de la marcha ante el desembarco o el
estacionamiento de lanchas de aprovisionamiento suele suscitar entre la
indiferencia y la burla; sobre todo de los timoneles de yates y cruceros,
aunque también de lanchas de menor porte. A ello se suman otras “pestes”
colaterales de última generación como el uso irresponsable de motos de agua –a
veces, por menores- o las prácticas de sky
en ríos no habilitados.
Las colisiones entre
embarcaciones o aun de estas contra los muelles han devenido en moneda
corriente; convirtiendo al sano deporte de navegar en un ejercicio peligroso. Desgraciadamente,
su difusión es solo esporádicamente recolectada por los grandes medios a raíz
de tragedias como la que le costó la vida a una joven vecina durante el último
fin de semana.
Mientras tanto,
isleños, comerciantes y vecinos civilizados deben soportar estoicamente los
desbordes de gente tan “alegre y divertida” como beligerante en la defensa de
sus “derechos” ante la más mínima demanda de respeto por parte de aquellos que
ven avasallados los suyos. Los accidentes acuáticos, entonces, son solo la
consecuencia de un problema cultural más profundo solo corregibles mediante un
compromiso más incisivo por parte de las autoridades públicas como la
Prefectura, la Policía y los municipios.
Solo así será
posible devolverle a nuestro Delta esa paz que fue le fue emblemática para
sucesivas generaciones de argentinos de bien y de todas las extracciones
sociales.
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